miércoles, julio 05, 2017

Orgullo guei.

Para algunos basta con ponerse de rodillas,
Y sacar un anillo delante de todo el mundo.
Hay quien tiene bastante con salir ahí fuera
Y sumarse a la coreografía.
Para ellos ya está bien. Es suficiente.
Pronto están ya bailando,
y una sonrisa les sale en mitad de la cara.

Los hay que no conectan con este fragor.
Y atraviesan la muchedumbre sin variar su rumbo.
Yo quisiera ser uno de ellos.

Pero soy de los que ladran
Al tumulto desde fuera.
Enseñando los dientes de abajo,
Muertos de miedo,
Como esos perros con cataratas
Que se parecen a Terelu.

Aunque también te digo:
el miedo no me quita la razón.

martes, junio 13, 2017

Verbena.


Anoche fui a un concierto en la Plaza Mayor. Martirio con la Sinfónica de Madrid.
Desde que estuve en México tengo debilidad por la música en la plaza del pueblo. Me emociona mucho y creo que esas personas que se levantan y se ponen a bailar son las personas que conviene tener cerquita.
Contemplaba yo anoche las luces sobre las fachadas de la Plaza Mayor, la grupa del caballo de Felipe III, el cartel de San Isidro hecho de floripondios y estaba en la gloria sin necesidad ninguna de estar en otro sitio.
Martirio como es muy lista se marcó un par de rarezas mano a mano con la orquesta. Cantó una copla libertaria de Concha Piquer que nadie había vuelto a cantar en 80 años (se dice), cantó la bien pagá en inglés para los turistas y cantó el Madrid de Agustín Lara.
A mí Madrid me emociona mucho. Cosa que nunca ha conseguido Granada, que no me emociona una mierda aunque viví allí hasta los 25 años.
Pero lo mejor de todo fue una vieja loca que se negaba a sentarse y despejar el pasillo por más que se lo pedía el guardia. Ella lo que quería era bailar. Llevará ella toda la vida bailando en las plazas de Madrid, no va a venir ahora nadie a decirle que se siente.
Se le juntaba el labio de abajo con la nariz por la falta de dientes, pero iba primorosamente maquillada y peinada, con su melena lisa y dos totos. Se abría la chaqueta y le daba un meneo al bolso en cada arrebato de emoción, aunque se notaba que la orquesta que estaba ella escuchando a veces era la que había en el escenario y a veces era otra. No paraba de cantar, aunque ella lo que estaba cantando era otra cosa. De vez en cuando sintonizaba con los perifollos de la orquesta. "Hace eso tan socorrido de mover la boca sin saberse la canción", decía yo, pero no era verdad. Ella lo veía todo clarísimo. Qué bien dosificaba los recursos del baile. Se guardaba las vueltas de 360 grados para los momentos más emotivos, y cuando Martirio, mirando a los ojos al director de la orquesta, dijo aquello de "Y vas a ver lo que es canela fina y armar la tremolina cuando vengas a Madrid. Que sí." se ajustó el bolso al hombro y se encaminó hacia el escenario hasta que la perdimos de vista.
"Así acabaré yo", decía mi amiga Silvia. Pues mira, ajolá. Voy a intentar acordarme de esta señora para tenerla de ejemplo. Ajolá que entre quedarse encerrado en casa y salir a bailar solo a la plaza me dé siempre por lo segundo.
La culpa de toda esta ñoñería joaquinsabinesca la tiene Madrid.

Mundo enfermo.

Me he cortado el pelo, me he puesto una camisa a juego con mis ojitos azules y me he sentado en el Retiro a comerme una bolsa de pipas. ¿Os podéis creer que nadie se ha acercado a ligar conmigo? Vivimos en un mundo enfermo.

Jerusalem.


Ya acabé de leer Jerusalem. Han sido un montón de meses en los que lo he aparcado para leer otras cosas, pero en los que nunca me lo he quitado de la cabeza. Me da un poco de vergüenza, porque me ha impresionado mucho y no quiero ser fanático, pero joder qué maravilla.
Tampoco ha sido una sorpresa. A cualquiera que le digan que Moore va a escribir una novela de 2000 páginas ya sabe que tiene que abrocharse el cinturón de seguridad, y la verdad es que me ha parecido una novela bastante clásica a pesar de su ritmo lujoso y eterno. Moore hace como siempre aquello de abrir el plano para que salgan en la foto desde lo más microscópico hasta los dos extremos del Cosmos y del tiempo, ambas cosas tratándose de tú, como si los lacasitos y la Vía Láctea fuesen dos apóstoles cuchicheando en la Santa Cena. Y además siempre se las apaña para que las cosas se vean nítidas y desnudas desde el extremo opuesto del espectro. Y esta anchura de mente no afecta sólo al paisaje de la novela, sino también a sus referencias explícitas e implícitas, que abarcan desde Joyce hasta Lady Di, de The Wire a Chaplin, de la catedral de San Pablo al bar más mugroso del pueblo. Moore se retrata a sí mismo visitando el kiosko y llevándose el New Scientist y el Private Eye, comprando papel Rizla, perfumándose con bombas de baño del Lush, firmando autógrafos a los chavales por la calle o puteando cariñosamente a sus amigos del colegio. Es un poco aquello tan repelente que hizo Machado de autoretratarse en plan cómo molo, pero Moore se redime en el acto, porque despliega un gigantesco acto de amor por sus paisanos y su pueblo, no como Machado, que amaba Soria pero detestaba a los sorianos. Embriagarse con el paisaje y detestar a los sorianos está al alcande de cualquiera, pero amarlos a todos sin excepción y, aún digo más, penetrar Soria al 100%, desde el Big Bang al Big Crunch, sólo está al alcande una persona tan excepcional como Alan Moore.
Esta emotividad con la que me he encontrado sí que ha sido una sorpresa. No sé si habré leído yo cosas de tanta humanidad y tanta nobleza. A partir de ahora, cuando tenga que recurrir a una referencia para el arcano del abuelito amoroso me vendrá a la cabeza la imagen de Alan Moore apartándose la pelambrera de la cara con las garras.
La novela va un poco de tirar una foto de familia en el pueblo pero procurando que salgan todos. Y no sólo se trata de que salgan todos, sino que tienen que salir guapos. Pero guapos porque uno los ve guapos, no vale hacerles photoshop. Porque Alan parece un cascarrabias y un soberbio, pero luego resulta que los quiere y no se le ocurre otra cosa que poner su inmenso talento durante diez años al servicio de decirles que los quiere. Y ya que se pone y despliega una carpa de dimensiones cósmicas y tiene a todo el mundo reunido, no se conforma con decir os quiero y se larga, claro, sino que aprovecha para regalarles la fantasía más amorosa, misericordiosa y trascendente que sea capaz de concebir. Les demuestra un poco de cariño, les explica el mundo, tanto el tangible como el intangible, y niega la existencia de la muerte.
Comprendo que todo esto es tan ambicioso que resulta un poco repelente, pero qué culpa tiene Moore si él se maneja con lo divino como un funcionario con el interfaz del software del Inem.
Es curioso que con toda esta multitud de personajes vivos y muertos todos danzando por las calles de Northampton Moore sólo juzgue a dos: a Salomon, al que llama idiota cósmico, y a Isaac Newton, al que señala como el hijo de puta que inventó la estafa de la especulación financiera. Ambas cosas me enamoran bastante y me gustaría averiguar si alguna vez Moore se ha extendido más en estas cuestiones. Para todos los demás, incluidos demonios y terroristas, sólo tiene comprensión y misericordia. Y por supuesto lo que más me enamora es que señale a la ciudad de Jerusalén como el lugar repugnante que es, como el corazón mismo del fuego que nos ha de destruir a todos y arrasar de la faz del tiempo toda huella de belleza.
Porque ya os digo que Moore piensa lo mismo que yo, que todo se está yendo a la mierda. Pero a la mierda para siempre y sin dejar rastro. Aunque ni que decir tiene que él lo piensa y lo expliqua de manera mucho más sólida que yo, que cuando lo digo os reís de mí.
La capacidad de Moore para comprender el cosmos observando su barrio es una cosa muy conveniente para cualquier interesado en tener una vida provechosa y saludable. Para empezar tiene uno que leerse tanto el New Scientist como el Private Eye, de manera que aunque le huela los bigotes al Apocalipsis a la vuelta de la esquina eso no le va a arruinar el momento, porque él se limpia el culo con la explicación cuántica del mundo. Él es más relativista y opina de que el tiempo está desplegado y nuestra vida escrita y que el libre albedrío es una fantasía y que todo ello es maravilloso y también triste y hermoso y serio y divertido y emocionante lo primero de todo.

Sense8.

Qué lástima de sense8.
Caí enamorado de Sense8. Era una serie que daba una versión luminosa y abierta del sexo, que hablaba de la droga como una herramienta de disfrute, conocimiento y libertad, que exploraba las posibilidades de una empatía y un compromiso infinitos, que demostraba constantemente la importancia de la ceremonia y la necesidad del placer solitario y compartido para alcanzar la plenitud. Era una serie que te hacía salir a la calle intentando mirar el mundo de otra manera, por si resulta que todo el mundo era guapo y tú no lo estabas sabiendo ver. Era.
La segunda temporada es mierda caliente. De repente la trama acapara todo el protagonismo. Una trama idiota en la que los hackers lo resuelven todo, una serie de mamarrachos se aparecen todo el rato, un tío muy malo está empeñado en hacerle la vida imposible a los telépatas y en cuanto te descuidas sale Daryl Hannah fea como un demonio restregándose con los árboles. A veces la trama se interrumpe para poder insertar uno de esos momentos de comunión telepática que eran el espíritu del artefacto, pero ya no cuela. No cuela precisamente porque ya no sucede con naturalidad, sino que es necesario interrumpir la trama para insertar un videoclip hortera en el que vuelve a suceder otra vez lo que ya hemos visto antes. Los telépatas se ponen cachondos o se emocionan todos juntos, y cuando ha terminado el videoclip podemos volver a esa trama que no importa una mierda y seguir adelante.
Sólo ha habido un momento verdadero en siete episodios que llevo de temporada. Sun y la pelma de la DJ, las dos que fuman, se salen del grupo para fumarse un cigarro sentadas en un banco. Dos personas se salen a fumar y tienen una conversación que dura lo que dura el cigarro. En la tele. En 2017. Precioso.
Me pregunto si es casualidad que el barco se haya ido a la mierda en el mismo momento en que Lilly Wachowski ha decidido abandonarlo. Yo no he visto nunca nada de las Wachowski, sólo Sense8. A lo mejor resulta que Lilly era la lista.

Amanecer.

¿Con quién habla ese hombre a las seis de la mañana?
Debe de haber alguien al otro lado.
Los autobuses llevan la luz encendida,
pero dentro sólo va un hombre que se toca la oreja.
Su madre le compra la ropa.
No han abierto ni el Granier.
Alfonsa lleva el pelo tan liso...
Nadie sabe la cifra que parpadea en su despertador de fantasía.
Me he subido al autobús que no era,
pero he sabido rectificar a tiempo.
La aurora de dedos rosados está ya dando por culo.
El amanecer es una cosa de subnormales.
Una furgoneta que dice Airbus.
Qué asco.

Los Mistos

Mi hermana tuvo la feliz idea de darle mi número de teléfono a mi primo José Manuel.
JM me metió en un grupo de whatsapp de todos los primos por rama paterna, los Mistos.
Somos 25 primos, de los cuales yo soy el más joven, la ex de mi tío Sebastián que en paz descanse, que por cierto la odiaba a muerte, el viudo de mi prima Vito que en paz descanse, y sus tres hijos.
Había estado toda la vida utilizando la palabra “morbo” en vano. Ahora sé lo que es.
Yo con la familia de mi padre siempre he tenido una relación distante. Y eso con los que veía de vez en cuando, porque a algunos de ellos los he visto sólo una vez en mi vida. Vamos, que esta gente son extraños para mí. Lo único que me interesa de ellos son las fotos familiares antiguas que puedan tener, así como alguna información. La actividad frenética del grupo consiste básicamente en darse los buenos días, felicitarse los santos, mandar chistes machistas, memes picantes, florecillas, bebés, puestas de sol, etcétera.
El cabecilla de todo es José Manuel, que puso en marcha la operación para organizar un evento con toda la familia en Antequera el próximo mes de agosto. José Manuel habla igual que su madre, mi tía Iluminada que en paz descanse. Iluminada era mi madrina y era una psicópata de manual. Una señora muy lúgubre que se empeñaba en hablar mejor de lo que sabía y cuyo principal propósito en la vida era restregarle la polla por la cara a todo el que podía. Ella iba por el pueblo como un cacique. Sus paisanos trataban de no cruzarse con ella y se llevaban el dedo a la sien a su paso. Yo creo que Iluminada chocheaba desde que nació. Su hijo José Manuel también da esa impresión de chochear un poco. Tiene esa misma necesidad de maquillar la realidad.
“Esa belleza y la nobleza del alma es la herencia que nos dejó la abuelita”, dice José Manuel un día cualquiera de buena mañana. La realidad es que la abuelita era como Bernarda Alba pero en analfabeto.
Cuando la abuelita estaba impedida porque se cayó tres veces por las escaleras pasaba temporadas en casa de cada hijo. Cuando le tocaba en la casa de mi padre, mi madre se encargaba de cuidarla, claro. Entonces es cuando Iluminada aprovechaba la oportunidad para presentarse en casa y humillar a mi madre un poco. A ella le gustaba humillar a mi madre y hacer ver que para mi padre lo primero eran su madre y sus hermanas, y luego ya si eso su mujer y sus hijos. Algo de razón tenía, la verdad sea dicha. Pero mi padre era como Nate Fisher, que vivía consagrado a convencerse a sí mismo y a los demás de que era un buen hombre, así que el día que Iluminada, con la excusa de la comida de la abuela, intentó provocar un conflicto entre mi padre y mi madre, mi padre la puso (a Iluminada) de patitas en la calle. Y ya Iluminada y su hermano no volvieron a hablarse más en la vida. Cuando la abuelita pasaba una temporada en casa de Iluminada, mi padre no podía verla. Pasábamos con el coche por delante de la casa de Iluminada y mi padre decía, “asómate a ver si ves a la abuela en el balcón”.
Es bonito. Y también sorprendente, porque mi padre, que nunca quiso a sus hijos, tenía una gran capacidad para querer a su madre y a sus hermanos. Yo tengo la teoría de que mi padre tenía la necesidad enfermiza de complacer a su madre y a sus hermanas, de ganarse su amor y su aprobación, y que la pobre opinión que éstas tenían de su mujer y de sus hijos condenó nuestra relación con mi padre. Sin saberlo, no nos podía perdonar que no le gustásemos a aquellas mujeres. Dudo mucho que mi padre haya sospechado jamás que estos mecanismos tienen lugar en su mente y en su historia. Lo que le pasaba a Atila con la hierba le pasa a mi padre con la felicidad. Donde está él no puede haber paz y es menester salir huyendo para poder vivir tranquilo. Es un pobre hombre. Esa es la herencia que le dejó la abuelita.
Así que imagino que historias como ésta, de perpetuación de la locura, subyacen bajo cada meme del grupo de whatsapp de los Mistos. Esta es la herencia que nos dejó la abuelita.
Y ahora yo me pregunto. ¿Qué hago? ¿Voy a la reunión familiar de Antequera o no voy?

Paceo

¿A vosotros no os pasa que os cruzáis por la calle con gente que llevan bastón de ciego pero no son ciegos?
¿Pero a quién se le ocurre traer al Retiro a una niña que la da miedo de los perros?
Ha pasado uno que iba comiendo y tenía el rumbo clarísimo.
Vamos a donde hacen las volteretas, que me gusta ver a la gente tumbada.
Hay un maricón jugando con una niña. Le está cantando Camela.
¡El Demonio tiene cara de conejo!
La gente hace un montón de cosas además de trabajar.
Menos mal que ya se terminó lo de los Pokémon.
¿Sabías que el plural de Pokémon es Pokémon?
Tengo un amigo que se rompió un diente contra esa puerta. Patinando. Pero yo no estaba.
Se apuntan a correr en manada.
La gente está muy sola.
Si estuviera en condiciones me iría al Palacio de Cristal a escuchar conversaciones.
¿Conseguiré hablar con un desconocido? Aunque hoy mejor que no.
¿En qué caseta estáis, miarma?
Más allá hay un sitio que los heterosexuales se juntan a hacer gimnasia y mirarse semidesnudos. Lo llaman calistenia.
Para qué cojones querrá la gente que les firmen un libro.
Anda que enfadarse con el perro…
Esta noche a las doce matarás a la reina.
¡Pero cómo! ¿Que Alaska va a cantar en el Florida?
Ya la hemos fastidiado

Alfonsa.

Alfonsa se ha hecho la pedicura francesa y se ha encaramado en unas cuñas de esparto que se le sale medio talón por un lado y los dedos por delante. Las cuñas por supuesto llevan dorado. Ella pertenece a la mitad de las ingenieras que no llevan bolsos ni vestidos ni abrigos de Desigual. En mi pueblo a esto lo llamamos ser muy fina.

Viva la calor.

A mí el calor me gusta.
Cuando era niño pasaba todas las vacaciones y todos los fines de semana en el pueblo. No me gustaba, pero no me quedaba más remedio. Para mí no había momento mejor del año que cuando a mi padre se le terminaban las vacaciones de verano y volvíamos a Granada y aquel aire denso y calentorro del verano te quemaba los pulmones. Yo me asomaba a la ventana abierta de par en par y respiraba hondo sintiendo el murmullo de la ciudad, que era enemiga del pueblo. La ciudad era el paraíso, el futuro y la salvación. Soñaba con ser mayor y no salir nunca de la ciudad.
Pronto llegaba el siguiente fin de semana y tocaba ir al pueblo de nuevo. Mi padre adoraba el pueblo y sólo quería estar en su pueblo como el Conde Drácula. Yo odiaba a aquel pueblo asqueroso y no dejaba pasar una oportunidad de dejarlo claro. Solía preguntar a menudo si íbamos a ir al pueblo. Ya veremos, decía siempre mi padre sorbiendo la sopa. Lo sabía perfectamente el cabrón, pero era un sádico y le gustaba martirizarnos así. ¿Cuándo nos vamos al pueblo? Ya veremos. Este fin de semana vamos al pueblo, ¿no? Ya veremos. Algunas veces libraba el lunes por alguna razón, y yo sin saberlo estaba el domingo después de comer esperando a que se levantase de la siesta para subirme al coche y volver a la ciudad y entonces lo veía que se vestía con las ropas viejas de ir a trabajar al huerto y yo preguntaba, ¿pero es que no nos vamos? No. ¿Nos vamos mañana entonces? Ya veremos.
Pero tarde o trempano volvíamos a la ciudad, claro. Y entonces era el momento de la venganza. Se pasaba la noche dando tumbos por la casa, porque el calor no lo dejaba dormir. Arrastraba un viejo colchón de gomaespuma forrado de tela marrón por toda la casa. Se salía al balcón, se bajaba a la cochera. Tiraba el colchón al suelo en la entrada y lo intentaba allí también, pero no podía dormir. Era verano y todas las puertas de la casa estaban de par en par igual que las ventanas, aunque el aire no se movía ni chispa. Yo me revolcaba en mi cama, inmune al calor, que era mi amigo, y escuchaba perfectamente el martirio de mi padre. Era como un animal que no entiende de dónde procede ese sufrimiento que se ensaña con él. Cómo gozaba yo de aquel sufrimiento de mi padre. Era mi pequeña venganza. Mi padre era un idiota que sólo podía dormir en su pueblo, como el Conde Drácula. Nunca se le ocurrió llevarse a la ciudad un ataúd lleno de aquella tierra asquerosa, yerma y llena de piedras del pueblo. Mira que le encantaba llevar y traer chatarra del pueblo en la baca del coche, que íbamos siempre como los moros que trasponen a Algeciras a coger el ferry con los coches cargados con el doble de su volumen sobre el techo, pero no se le pasó por la cabeza traerse a la ciudad un puñado de tierra de su pueblo. Si en lugar de aquel colchón de espuma hubiese arrastrado por la casa un ataúd lleno de tierra habría dormido como un dragón en lo alto de un tesoro.
La otra noche estaba en el parque Tierno Galván tirado en la hierba. Vallecas, las vías del tren y la Costa Marrón a lo lejos se desplegaban como el escenario de un teatro romano. El ruido de la ciudad no era un murmullo, sino un ruido escandaloso. De repente, unos aspersores robóticos que habían permanecido invisibles hasta el momento se encendieron. Me desnudé del todo y me di un baño. Me senté a secarme envuelto en una toalla y me di cuenta de que ya está aquí el verano. Volví a casa andando, acompañado de mis amigos. A pesar de que la ciudad se ha convertido en un lugar monstruoso hecho a medida para los coches conseguí disfrutar del paseo y celebré con alegría el momento en que llegué a mi barrio y pisé un suelo algo más transitable. Ese día habían abierto las piscinas comunitarias, y se notaba en los paseantes una efervescencia, cierta excitación sensual. Pasó un chico chupando un calipo de fresa. Pasó una familia con dos niñas que eran todos iguales como muñecas rusas, chupando también unos polos. Pasaron un montón de familias y se apartaban un poco para dejarnos pasar porque nosotros íbamos demasiado relajados, como si estuviésemos en nuestra casa, y por la calle no se puede ir demasiado relajado porque la gente se asusta. Por la calle hay que guardar cierta compostura. En una ventana de mi calle una mujer se asomaba con cierta desesperación, igual que mi padre. Yo me quedé mirando y ella empezó a musitar y gesticular en silencio como una loca.
En algún momento de la noche me acordé de que mi padre cagaba con la puerta del baño abierta para no gastar luz. Aquellos ruidos que salían del baño tenían la misma textura que los que hacía en las noches de verano en que no podía dormir. Me pareció una imagen poderosa. Un buen cabo del que tirar para escribir algo interesante.
Viva el verano. Os jodéis.